Usos del aceite de oliva en la antigüedad:
El origen de la producción de aceite se remonta al año 4.000 a.c. cuando en la zona de Mesopotamia se cruzaron dos especies de olivo para conseguir frutos más grandes y poder extraer mejor el preciado líquido.
Pero no sería hasta la época romana cuando el aceite alcanzó su momento de gloria y empezó a convertirse en el codiciado oro líquido que es hoy. Los romanos, conocedores de la grandes virtudes y propiedades del aceite de oliva, lo utilizaban no solo para su consumo como alimento sino también para una gran diversidad de fines.
Su carácter energético le otorgaba una gran valía como combustible y alimentaba las llamadas “lucernas” que eran vasijas de piedra con una o varias mechas que ardían para iluminar.
En ocasiones estas mismas lucernas servían para perfumar y ambientar los hogares gracias a la adición de plantas aromáticas al aceite. Cuanto mejor era el aceite de oliva menos humo emitía.
Era de uso común para deportistas en gimnasios y palestras ya que a la vez que protegía del sol hidrataba la piel. También se le atribuyen usos con fines curativos tales como bajar la fiebre o como remedio contra úlceras y cólicos.
Son muchos los relatos del uso del aceite para ceremonias religiosas y rituales. Tanto los griegos como los romanos y, posteriormente, los católicos ungían sus cuerpos en liturgias religiosas, y hay testimonios de rituales donde se derramaba sobre un altar para llamar a la fertilidad.
Otro uso era el cosmético. Mezclándolo con arcilla o cenizas se conseguía una pasta para aplicar en la piel como exfoliante. Del mismo modo que con las lucernas también se aplicaba como perfume.
Dentro de la producción romana de aceite cabe destacar el que se obtenía en Hispania. Era muy valorado y algunos historiadores estiman que se pudieron llegar a exportar más de 30 millones de vasijas al resto del imperio. Hoy día esto no ha cambiado y el aceite de oliva virgen extra producido en España goza de una gran calidad y una excelente reputación.